
Textos
El viaje de Vashti Bunyan, el amor, y un televisor en blanco y negro [1]
1968. Una mujer de veintitrés años y su novio, Robert Lewis, abandonan Londres con dirección a la isla de Skye, un destino que les tomará meses alcanzar. No viajan en tren o auto, sino en una carreta tirada por un solo caballo: sus únicas dos posesiones. Posteriormente, la mujer reúne las canciones escritas durante el viaje en un disco de folk que aparece en 1970. El disco es un fracaso comercial; Lewis la abandona y ella abandona la música.
He ahí, resumido en unas breves líneas, el mito de Vashti Bunyan. El disco en cuestión, Just Another Diamond Day, resultó ser una obra maestra a la que nadie había prestado atención (estas palabras nos resultan ya terriblementes familiares). Escuchar estas canciones es acceder de golpe a un mundo un poco más gentil, donde la alegría y la paz son posibles. Las letras se ocupan mayormente de la vida rural, y sin duda han servido de refugio a más de un citadino agobiado por la ansiedad, por el tedio, por la muchedumbre de las calles, por la soledad del apartamento. La voz de Bunyan es nítida, apacible, como un susurro perpetuo; escucharla es escuchar un mar en calma.
Durante los treinta años posteriores a Just Another Diamond Day, nada se supo de Vashti Bunyan. Fue a mediados de los noventas que la cantautora descubrió que las copias de su primer álbum, que ella suponía olvidado, se vendían en Internet por mil euros y aun más. Sus composiciones, antes tachadas de simples rimas infantiles, habían cautivado a legiones de entusiastas y coleccionistas en todo el mundo.
La novela Tardía fama, de Arthur Schnitzler, nos presenta a un anciano de nombre Eduard Saxberger, que escribió un solo libro de poemas en su juventud. Un grupo de jóvenes poetas descubre su libro —precisamente treinta años después— e intenta persuadirlo de volver a escribir. Enamorado de la admiración que le profesan, Saxberger cede con gusto, pero pronto se descubre incapaz de componer un solo verso. No fue este el caso de Vashti: restaurado el fuego de su motivación, produjo dos nuevos álbumes de estudio, Lookaftering y Heartleap, y además permitió que se compilaran, en 2007, sus sencillos y demos de los años sesenta, bajo el título de Some Things Just Stick In Your Mind. De los cuatro, es este es el que me interesa más, debido a una razón curiosa: a pesar de ser el penúltimo en lanzarse, es el que hace la verdadera crónica de los inicios de Vashti Bunyan.
Generalmente se cuenta esta historia comenzando por el viaje de 1968. Valdrá la pena, por esta ocasión, retroceder cuatro años más e imaginar a una chica, menor de veinte años, a la que acaban de expulsar de la universidad (en vez de asistir a clases, se dedicaba a practicar la guitarra). Y esta chica, de alguna manera, terminó por conocer a Andrew Loog Oldham, manager de los Rolling Stones, quien vio en ella carisma y potencial. Así es como la recién expulsada de la Ruskin School of Drawing cantó un sencillo escrito por Mick Jagger y Keith Richards, dos leyendas de los Rolling Stones, y que llevaba de título, precisamente, Some Things Just Stick In Your Mind. Incluso sobre esta canción de ritmo alegre, enérgica, juguetona, flota cierta tristeza que Bunyan le imprime con su voz, con ese cantar de cristal que solo ella tiene.
Las canciones de su primera época, recopiladas en 2007, comparten casi todas ese mismo estado anímico. Como resultado, la recopilación se convierte en un disco invernal, no solo por los títulos («Winter Is Blue», «Girl's Song In Winter», «If In Winter (100 Lovers)») sino porque tiene la cualidad de resguardarnos del frío; no como un fuego alrededor del que muchos se amontonan, sino como una gruesa manta debajo de la cual el mundo deja de existir. En Just Another Diamond Day, el sol acariciaba la frente; aquí, se ha ocultado.
Pero más que eso, en las canciones que son propiamente suyas —las que escribió ella misma y no alguien más— está casi siempre la marca del desengaño. Especialmente reveladora es la segunda mitad del disco, conformada por la primera serie de demos que Bunyan grabó en 1964. En ellos, el abandono es un motivo recurrente. No es nada nuevo, como dice Rosario Castellanos: «¿qué es más trivial que una mujer burlada y un hombre inconstante?», pero el tratamiento merece atención. No hay hipérbole; de hecho, hay aversión a la hipérbole. Recuerdo aquella canción de Skeeter Davis, «The End of The World»:
Why do the birds go on singing?
Why do the stars glow above?
Don't they know it's the end of the world?
It ended when I lost your love
O alguno de nuestros hermosos boleros:
Sin ti, es inútil vivir
Como inútil será
El quererte olvidar
Bunyan, en cambio: oh, go on your way, I'll forget you. Resignación. Llanto contenido. Y sobre todo un empecinado escepticismo, cuya mayor expresión se encuentra en «Don't Believe What They Say».
When you say that you're love in me,
Do you really know what you mean
Or are you saying it because you heard of it
Or because of something you've seen?
Sospecho que estas líneas serían impensables en un éxito de la radio sesentera. ¿Cuestionar al amor, ese mito fundacional? ¿Insinuar que no basta «estar enamorado» para jurar amor eterno? Uno piensa en esas novelas, en esos programas de la televisión, en los que el amor es una fuerza inexorable y divina que quiebra todos los diques y consigue siempre la reconciliación. O, si no la consigue, el final es trágico y oscuro, un cataclismo, don't they know it's the end of the world? En las canciones de Bunyan no hay tragedia; solo vida, vida que sucede y avanza con sus característicos baches y desazones, pero vida a fin de cuentas. Y, como toda la vida, su signo es la temporalidad.
«Love You Now» inicia con la afirmación de esta temporalidad: I don't say I love you forever. Hace pensar de inmediato en «God Only Knows» de los Beach Boys, de la misma época y mucho más popular, que inicia con I may not always love you. La idea es la misma, pero los Beach Boys pecan de cobardía.
I may not always love you
But as long as there are stars above you
You'll never need to doubt it
Ese primer verso atrevido pierde de inmediato su fuerza, pues un amor que dura tanto como las estrellas es funcionalmente lo mismo que un amor eterno. En «Love You Now» el amor eterno es inconcebible, y la cantante no acepta como reales más que la incertidumbre y la esperanza. «Solo puedo decir», confiesa Bunyan, «que te amo ahora».
Ahora: el tiempo más breve de todos.
***
El viaje de Lewis y Bunyan no fue tan fácil, ni tan placentero. Como ella contaría después, estaba huyendo de las carencias monetarias, de una madre enferma, de una carrera musical estancada. Salió de casa sin zapatos, con solo un cambio de ropa. Y las canciones de Just Another Diamond Day, según sus propias palabras, «representaban el sueño. No representaban la realidad». La pareja se dirigía hacia Skye porque Donovan, celebridad de aquel tiempo, afirmaba haber construido allí una comuna. En la comuna, como descubrieron apenas llegar, no quedaba espacio para ellos.
Tal vez el aparente fracaso de Just Another Diamond Day haya sido el punto de quiebre de Bunyan, pero antes hubo otros signos. Dos años atrás, había escuchado por primera vez la música de Joni Mitchell a través del blanco y negro de su televisor; el talento de la cantautora canadiense la hizo desconfiar de sus propias capacidades. «Yo jamás podré hacer eso», pensó. Acabó por convencerse de que no podía compararse con Mitchell, y de que era mejor rendirse.
A veces, frente a esta o aquella balada romántica, me he sentido como Bunyan frente a Mitchell, no debido a las habilidades del intérprete sino a los sentimientos expresados por él. Los «eres mi mundo», «no puedo vivir sin ti», «te amaré por siempre» se me aparecían como guiones fríos, complicados e imposibles de llevar a escena. Yo jamás podré hacer eso. Las canciones de la joven Bunyan me demostraron, por primera vez, la existencia de otra clase de amor: uno tímido y dolorosamente consciente de su fugacidad; un amor en clave menor, en voz baja. Un amor que ya no da sentido y luz a la existencia, sino que es apenas otro de sus laberintos.
***
Tras abandonar la música, Bunyan empezó a mirar su pasado con repulsión. No escuchaba sus propias canciones. No le gustaba escuchar música, en general. No le cantaba ni siquiera a sus hijos. «Mi voz me hacía pensar en desdicha», confesó en una entrevista reciente.
Vashti Bunyan, yo nunca he encontrado la desdicha en tu voz. Te prefiero por mucho a Joni Mitchell.
[1] Este texto ganó el segundo lugar en la categoría Ensayo del Premio Nacional al Estudiante Universitario 2025.